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CIRUGÍA UTÓPICA
Argumentos iniciales contra la anestesia
en la cirugía, la odontología y la obstetricia


  1. Introducción

  2. Antecedentes históricos

  3. La defensa del dolor

  4. La derrota del sufrimiento

  5. La nocicepción sin lágrimas

  6. Cruzar el umbral



INTRODUCCIÓN

Antes del advenimiento de la anestesia, someterse a una intervención quirúrgica era una perspectiva aterradora. Las víctimas padecían un martirioindescriptible. La utópica perspectiva de una cirugía sin dolor era pura fantasía, una noción que parecía igual de extravagante que hoy el proyecto abolicionista de una vida sin sufrimiento. La llegada del dietil éter CH3CH2OCH2CH3 ( (1846) y del cloroformo CHCl3 (1847) como anestesia general en la cirugía y en las salas de parto de mediados del siglo XIX ofreció a los pacientes la esperanza de un alivio compasivo. También los cirujanos estuvieron agradecidos: en pocas décadas la anestesia controlable les daría por fin la posibilidad de realizar operaciones largas y delicadas. Se podría suponer, pues, que la adopción de la cirugía sin dolor también hubiera tenido que ser acogida con agrado por los teólogos, los filósofos de la moral y los científicos de la medicina. Pero esto no siempre sucedió. Los abogados de la "fuerza curativa del dolor" opusieron una resistencia feroz, aunque desorganizada.

        Hoy nos puede parecer que el debate sobre el uso de los anestésicos en la cirugía, la odontología y la obstetricia sólo tiene interés histórico. No obstante, conviene recordar brevemente algunos de los argumentos contra la introducción de la cirugía sin dolor empleados por una minoría de clérigos, laicos y médicos tradicionalistas. Porque sus objeciones son análogas a los argumentos presentados a principios del siglo XXI contra las tecnologías destinadas a aliviar o abolir el dolor "emocional" , tanto contra el uso de los "anestésicos psíquicos" rudimentarios como los actuales SSRI, como, más paradójicamente aún, contra el empleo de intensificadores de sensaciones elevadores del ánimo del futuro, es decir, los llamados "entactógenos-empatógenos", análogos del MDMA hipotéticamente seguros y de acción prolongada.

        Vale la pena recordar que los primeros críticos de la anestesia quirúrgica y obstétrica no eran (todos) insensibles reaccionarios o fundamentalistas religiosos doctrinarios. Tampoco lo son todos los críticos contemporáneos Del uso de la farmacoterapia para el tratamiento de las aflicciones psicológicas. Los escépticos, críticos y defensores de la prudencia tenían razón al tener en cuenta el potencial papel diagnóstico del dolor - y al destacar que no se conocían lo suficiente los riesgos, mecanismos y efectos secundarios adversos de los nuevos procedimientos de anestesia. En la Gran Bretaña de la época victoriana, aproximadamente una de cada 2.500 personas anestesiadas con cloroformo murió como consecuencia directa de la anestesia. Aproximadamente una de cada 15.000 murió como resultado directo de la administración de éter. Estas cifras parecen nimias frente al porcentaje de pacientes fallecidos por infecciones post-quirúrgicas; pero son muy diferentes de la cifra actual de mortalidad, de una en aproximadamente 250.000 personas que mueren en el Reino Unido como consecuencia directa de recibir anestesia quirúrgica. Una anestesia total segura y sostenible con el 100% de fiabilidad, y fiablemente reversible, es igual de difícil de conseguir que la analgesia , la eutimia, o la euforia seguras y sostenibles. Sin embargo, los retos técnicos e ideológicos futuros para eliminar el sufrimiento en el mundo no deberían desmerecer los argumentos morales a favor de su abolición.

* * *

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

        Los efectos de la inhalación de éter, cloroformo, óxido nitroso y sustancias similares fueron bautizados por el médico y poeta Oliver Wendell Holmes, Sr. (1809-94). En una carta al pionero de la eterización William Morton, quien le había pedido su opinión, Holmes acuñó las palabras "anestésico" y "anestesia" del griego an (sin) y estesia (sensibilidad). Holmes dijo en una ocasión que si toda la farmacopea de su época "se echase al fondo de los mares, eso sería lo mejor para la humanidad, y lo peor para los peces"; pero sabía que los anestésicos eran una excepción impresionante. En sentido estricto, la palabra anestesia no era nueva - los propios griegos la usaron a veces, concretamente el médico herbalista y cirujano Dioscórides (ca. 40 - ca. 90 AC). Desde entonces se ha vuelto a usar más de una vez: El English Dictionary de Bailey (1724) define anestesia como "un defecto de sensación". Pero Holmes fue el primero en proponer el término para designar el estado de inconsciencia inducido por inhalación de gas para la cirugía indolora. Al parecer, Holmes reflexionó mucho sobre su recomendación, e instó a Morton a consultar con otros eruditos. Porque comprendió que a medida que la noticia de la revolución se difundiese como un reguero de pólvora por todo el mundo, este término "sería repetido por las lenguas de todas las razas civilizadas de la humanidad".

        El concepto de alivio del dolor e incluso la total insensibilidad a la cirugía no era algo original o desconocido. Sin embargo, durante miles de años su perspectiva fiable había parecido algo imposiblemente utópico, algo tan poco realista como actualmente nos parece un futuro de dicha vitalicia.

        El uso aislado o combinado de sustancias estupefacientes tales como el alcohol etílico, mandrágora, cannabis y opio se practicaba en la antigüedad clásica para entorpecer la sensibilidad antes de la cirugía. Herodoto (ca. 484 - ca. 432 AC) relata cómo los escitios inducían el estupor inhalando los vapores de cierta clase de cáñamo, hecho notable aunque apócrifo en la era de bajo THC antes del "superskunk".

        Inhalar vapores para alterar el estado de consciencia también fue practicado por las pitonisas de Delfos, los sagrados oráculos femeninos que aspiraban vapores de una grieta de roca durante sus funciones sacerdotales. No obstante, las inhalaciones se realizaban para fines de adivinación, no de anestesia.

        Al parecer, los cirujanos egipcios medio asfixiaban a los niños casi estrangulándolos antes de la circuncisión. Esta práctica nos parece casi tan bárbara como la operación misma.

        Siglos más tarde, San Hilario, Obispo de Poitiers (315-367), exiliado a Oriente en 356 por el Emperador Romano Constantino, describió drogas que "adormecían al sueño el alma". Pero si no se administraban en la dosis adecuada, existía el riesgo de que el alma no despertase, por lo menos no en este mundo.

        Apuleyo, un compilador de escritos médicos del siglo V, recomienda que “si hay que mutilar, quemar o aserrar un miembro a alguien, que beba media onza con vino, y que duerma hasta que se haya cortado el miembro sin ningún dolor o sensación". Desgraciadamente, el dolor agudo suele tener el efecto de volver sobrio.

        En el medioevo hubo unos pocos personajes ingeniosos. Arnoldo de Villanova (ca. 1238 - ca. 1310), ocultista, alquimista y docto médico, buscó un anestésico eficaz. En un libro que generalmente se le atribuye, se citan una variedad de medicinas y se exponen diferentes métodos de administración, destinados a hacer que el paciente no sienta el dolor, de modo que "se lo puede cortar y no sentirá nada, como si estuviera muerto". Para este fin había que usar una mezcla de opio, mandrágora y beleño. Este método era similar al de la inhalación de los vapores de la esponja soporífera mencionada hacia el año 1.200 por Nicolás de Salerno, y esporádicamente en distintas fuentes entre los siglos IX y XIV.

        La receta de Arnoldo fue modificada por el fraile dominico Teodorico de Lucca (1210-1298), quien añadió a la mezcla de opio y mandrágora el jugo levemente narcótico de la lechuga, hiedra, moras, acedera y cicuta. A partir de esta decocción se herviría una nueva esponja soporífera y luego se secaría; cuando se volviera a necesitar, se remojaría en agua caliente y se aplicaría sobre los orificios nasales del enfermo. No obstante, el efecto típico dejaba mucho que desear: la anestesia general avant la lettre era más una aspiración que un logro. Pero aunque el resultado con frecuencia era decepcionante, también lo son las velocidades de respuesta y de remisión de las drogas autorizadas en la era del "Big Pharma" para tratar la aflicción emocional.

        Otras técnicas de supresión del dolor en la cirugía tienen un pedigrí más extenso. El sangrado sin duda aliviaba el dolor, pero se realizaba hasta extremos peligrosos y con frecuencia fatales. Antes de que el médico militar francés Ambrosio Paré (ca. 1510 - 1590) inventara en el siglo XVI la sutura o puntos, los paciente sometidos a cirugía morían frecuentemente, por hemorragias o bien como consecuencia del método usado para cerrar la herida. Habitualmente las heridas se cauterizaban aplicando aceite caliente o hierros calientes. Para sellar los vasos sanguíneos expuestos después de una amputación, se metía el muñón sangrante en brea hirviendo. A varios siglos de distancia, el uso de aceite hirviendo nos impresiona como algo brutal y primitivo; pero vale la pena recordar que hasta el siglo XX, y hasta hoy, tanto las deficiencias de la medicina somática como las de la medicina psiquiátrica pueden empujar a los pacientes a una desesperanza suicida.

        Se han explorado otras opciones de alivio del dolor quirúrgico, con escaso éxito. Además de las sangrías, entre los métodos no farmacológicos estuvo el uso de agua fría o hielo, la distracción mediante contrairritación con ortigas, la compresión de carótida y el pinzamiento de nervios. La anestesia por conmoción cerebral se basaba en un golpe de martillo: la cabeza de la víctima se recubría con un casco de cuero y el cirujano propinaba un fuerte golpe al cráneo de su paciente con un martillo de madera. Un método de conmoción menos refinado era dar un golpe fulminante a la mandíbula. A principios del siglo XIX la técnica más corriente era el "mesmerismo", una hipnosis pseudocientífica envuelta en el lenguaje del "magnetismo animal". Su creador epónimo fue Anton Mesmer (1734-1815). Mesmer creía que todos los cuerpos vivos contienen un fluido magnético. Manipulando este fluido a un estado de equilibrio con el cuerpo, supuestamente se podría restaurar la salud física. Es difícil rescatar tales nociones y a sus proponentes de lo que E.P. Thompson llamaba "la enorme condescendencia de la posteridad"; pero igualmente es difícil saber si nuestros descendientes probablemente sentirán condescendencia o compasión hacia las pobres teorías actuales de, por ejemplo, la consciencia o el alivio del dolor.

        Del otro lado del Atlántico, el Nuevo Mundo disfrutaba de los beneficios de la coca. Los curanderos de los Incas chupaban hojas de coca con cenizas vegetales y hacían gotear la saliva en las heridas de sus pacientes. Gracias al oftalmólogo vienés Karl Koller (1857-1944) se demostró que los efectos anestésicos del celebrado producto de la planta de coca eran una bendición del cielo para las operaciones oftálmicas. La cocaína también alivia otras formas del dolor, pero esos usos ahora están expresamente condenados.

        En Oriente, los chinos han desarrollado una larga tradición de acupuntura. Al contrario que la anestesia, que beneficia de modo igual a los verdaderos creyentes en ella y a los escépticos, la acupuntura sólo funciona bien con personas muy sugestionables, y tampoco con ellas es fiable. No obstante, incluso para los pacientes escépticos, los opioides endógenos que su aplicación libera pueden ser algo mejores que no disponer de alivio paliativo alguno. Es menos conocido que el médico chino Hua Tuo (ca. 110 - ca. 207) al parecer usaba cáñamo hervido con vino para anestesiar a sus pacientes. Se afirma que Hua Tuo realizaba complejas operaciones quirúrgicas de los órganos abdominales, aunque sólo se conocen pocos detalles de sus proezas con el "espumoso polvo narcótico".

        Durante la Edad Media en Occidente, en gran medida cayó en desuso la práctica de usar soporíferos, sedantes y analgésicos naturales para aliviar los terribles dolores de las intervenciones quirúrgicas. Este abandono se debió principalmente a la influencia de la Iglesia Cristiana, muchas de cuyas lumbreras eran más propensas a causar dolores que a aliviarlos. Salvar el alma de la condenación eterna era más importante que sanar el cuerpo mortal, lo que es una deducción razonable, teniendo en cuenta los supuestos en que se basaba esta concepción. Habitualmente se entendía que las aflicciones de la carne eran un castigo de los pecados, el original u otros. Se afirmaba que el dolor era causado por influencias satánicas, por la posesión demoníaca o sencillamente por La Voluntad Divina, más que una respuesta evolucionada ante estímulos potencialmente nocivos. Los investigadores que aspiraban a aliviar el sufrimiento mortal y comprender cómo funcionaba el cuerpo no eran objeto de estima. En palabras del abad cisterciense de Saint Bernard de Clairvaux (1090 - 1153): "... consultar a médicos y tomar medicinas no beneficia a la religión y es contrario a la pureza." La cirugía y la disección anatómica eran ampliamente percibidas como actividades vergonzosas, también porque amenazaban la largamente esperada Resurrección de la Carne. Está claro que la concepción teológica de la enfermedad retrasó durante generaciones el progreso médico, no menos de lo que la concepción teológica de los desórdenes mentales actualmente impide progresar hacia un mundo sin crueldades. Considerar que nuestras patologías darvinianas de la emoción están dadas por Dios, no que son causadas por nuestros genes, nubla la concepción de que la biotecnología pueda eliminar tanto los padecimientos de la carne como los del espíritu. La medicina genética del futuro encierra la promesa de convertir la quimera del "cielo en la tierra" en una opción de política. Pero si el dolor es un castigo del pecado original, se puede pensar que es perverso, y también fútil, intentar librarse de él.

        De forma más o menos realista, hacia el siglo XIX comenzó a surgir (lentamente) una nueva era de humanitarismo y optimismo científico sobre la capacidad de la humanidad para auto-mejorarse en este mundo. La síntesis de los gases de la atmósfera oxígeno, dióxido de carbono y nitrógeno hechas por los primeros grandes científicos Black, Priestley y Lavoisier fue el nacimiento de la disciplina mal concebida pero fundamental de la "medicina neumática". Su más famoso adalid fue Thomas Beddoes (1760-1808), fundador de la Pneumatic Medical Institution de Brístol. Beddoes contrató al adolescente Humphry Davy como Director de Investigaciones. Médicos y pacientes probaron inhalar los nuevos gases descubiertos y los vapores de líquidos volátiles, para ver si las inhalaciones curaban algunas enfermedades.

        El primer gas del que se observaron efectos anestésicos fue el óxido nitroso (N2O). El óxido nitroso, gas inerte, incoloro e insípido, fue aislado por primera vez e identificado en 1772 por el químico inglés Joseph Priestley (1733-1804). Priestley fue un notable erudito: Clérigo de la Iglesia Unitaria, estudioso de la política, filósofo naturalista y educador. Al escribir sobre su investigación de los gases, observó: "No puedo evitar felicitarme porque, con el tiempo, habrá muy grandes usos medicinales de la aplicación de estas diferentes clases de aires... " [Priestley J., Experiments and Observations on Different Kinds of Airs. 6 vols. 1:228, 1774].

        El óxido nitroso no produce una anestesia tan profunda o eficaz como el éter: Es un fuerte analgésico gracias a su tendencia a inducir la liberación de péptidos opioides En la zona gris periacueductal del mesencéfalo; pero, al contrario que el éter, sólo es un anestésico débil. El óxido nitroso no relaja los músculos. La inducción es rápida debido a su baja solubilidad. Su metabolismo en el cuerpo es mínimo, pero inhibe el metabolismo de la vitamina B-12; Un uso crónico del óxido nitroso puede producir daños en la médula ósea. También desactiva la enzima metionina sintetasa, crítica para la síntesis de ADN y la proliferación celular. El óxido nitroso es de acción breve y su uso generalmente se considera seguro. No obstante, los pacientes corren el riesgo de sufrir hipoxia si se emplea a las muy altas concentraciones necesarias cuando es el único agente anestésico.

        Los efectos de euforia que produce la inhalación de óxido nitroso fueron observados por el químico inglés Sir Humphry Davy (1778-1829). "Cada vez que respiré el gas", escribió, "con frecuencia el placer fue intenso y sublime." "Sublime" tal vez no sea le mot juste: Davy observó que inhalar el compuesto lo hacía querer reírse tontamente hasta perder el conocimiento. Así pues, el ilustre científico lo apodó "gas de la risa". Lamentablemente, este apodo frívolo probablemente no fomentó la idea de que este gas podría tener usos médicos importantes. De igual forma que actualmente el animado argot callejero de las drogas recreativas de acción corta oculta las claves que ofrecen para una era post-genómica de supersalud mental.

        Sublime o no, la experiencia del óxido nitroso fue tan divertida que Davy la quiso compartir con sus amigos, particularmente con los poetas románticos Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) y Robert Southey (1774-1843). "Estoy seguro de que el aire en el cielo debe de ser este gas del placer que hace milagros", dijo entusiasmado Southey. Tentadoramente, el mismo Davy habló de "la capacidad inmediata del gas para eliminar el dolor físico intenso"; en 1799 inhaló óxido nitroso para suprimir el dolor causado por la dentición de un molar. Davy también descubrió que el gas podía inducir “sensaciones voluptuosas.” Sus primeras investigaciones en el Pneumatic Medical Institute de Beddoes están bien documentadas, pero sus implicaciones se pasaron por alto. En un libro de 80.000 palabras sobre el óxido nitroso, Re­searches, Chemical and Philosophical; Chiefly Concerning Nitrous Oxide, or Dephlogisticated Nitrous Air, and Its Respiration (1800), Davy describe los diferentes planos de la anestesia [fase 1: analgesia; fase 2: delirio; fase 3: anestesia quirúrgica; fase 4: parálisis respiratoria], pero sin notar la importancia del tercer nivel, adecuado para operaciones quirúrgicas.

        Y lo más tentador de todo ello, es que Davy sugiere explícitamente usar óxido nitroso como analgésico durante la cirugía, dado que "... parece ser capaz de destruir el dolor físico, probablemente se podría usar ventajosamente en operaciones quirúrgicas en las que no se produce una gran efusión de sangre". Desgraciadamente, esta idea se adelantó a su tiempo: habrían de transcurrir varias décadas más de mutilaciones quirúrgicas antes de la llegada de la revolución mundial de la anestesia.

        Un discípulo de Davy, Michael Faraday (1791-1867), también estudió el óxido nitroso. Comparó sus efectos de alivio del dolor con los del éter sulfúrico. En un breve artículo anónimo de 1818 en The Quarterly Journal of Science and the Arts, Faraday señaló que:

"Cuando se inhala vapor de éter mezclado con aire corriente, produce efectos muy similares a los que ocasiona el óxido nitroso... primero se percibe un efecto estimulante en la epiglotis, pero pronto se reduce mucho... Por la administración imprudente de éter, un caballero fue arrojado a un estado muy letárgico, que se prolongó, con ocasionales periodos de interrupciones, durante más de 30 horas."

        En años siguientes hubo otras oportunidades no aprovechadas, esperanzas truncadas y falsos comienzos. En 1824, el médico rural inglés Henry Hill Hickman (1800-30), contemporáneo de Davy y Faraday, (supuestamente) realizó operaciones sin dolor en animales no humanos usando anestesia inducida por dióxido de carbono, casi asfixiando a los diversos ratones, gatitos, conejos, cachorritos y un perro adulto, a los que amputó diferentes partes del cuerpo. Hickman produjo en sus víctimas un estado al que llamó "animación suspendida." Esta demostración de la anestesia por inhalación no generó el revuelo que había previsto, y sólo interesó al cirujano napoleónico el Baron Dominique-Jean Larrey (1766-1842). Hickman abogó por la posibilidad de la cirugía sin dolor para los humanos, aunque la narcosis asfixiante inducida por el dióxido de carbono hace que este gas en concreto no sea un agente adecuado. Envió en vano informes sobre su trabajo a la Royal Society de Londres. Parece que los experimentos de Hickman recordaron al Presidente de la Royal Society, un Sir Humphry Davy entrado en años, los excesos poco dignos de su juventud. No sirvió para nada, más que una nota de pie de página en los libros de historia.

        En cambio, los gases y vapores fueron utilizados por los profesores de medicina y sus alumnos para producir la risa y para la intoxicación y no para realizar cirugía sin dolor. En especial el óxido nitroso se usó en espectáculos teatrales. Un anuncio de una de esas funciones públicas prometía que "los efectos del gas son hacer que quienes lo inhalan rían, canten, bailen, charlen o luchen, etc., etc., según el atributo principal de su carácter. Parece que conservan consciencia suficiente para no hacer o decir algo de lo que se podrían arrepentir más adelante."

        Mezclado con oxígeno, el óxido nitroso se sigue usando en cirugía pero el primer anestésico general (relativamente) seguro y verdaderamente eficaz que tuvo aceptación fue el éter, que hoy ya no se usa.

        El éter es líquido a temperatura ambiente, pero se evapora muy fácilmente. Por ello, se puede tragar o inhalar de inmediato. A diferencia del óxido nitroso, su vapor puede inducir la anestesia sin diluir el oxígeno del aire del ambiente hasta niveles de hipoxia peligrosos. El éter tiene una larga historia, previa a su empleo como anestésico quirúrgico. Fue comercializado con el nombre de marca Anodyne por el profesor de medicina de Halle Friedrich Hoffmann (1660-1742). El profesor Hoffmann recomendó Anodyne para los dolores de oídos, dientes, o debidos a retortijones de intestinos, cálculos renales o biliares, y dolores menstruales. En Inglaterra, el libro Materia Medica (Londres, 1761) de W. Lewis describe el éter como "uno de los tónicos más prefectos, inocuo para los nervios, cordial y anodino." Aconseja a los lectores tomar entre tres y doce gotas sobre un terrón de azúcar, y tragarlo con agua. En los años de la década de 1790, el médico poco convencional James Graham (1745-1794), "un famoso curandero de Londres, propietario del Temple of Hymen y dueño del Celestial Bed", habitualmente inhalaba en público una o dos onzas de éter varias veces al día. Tomaba el éter "con manifiesta placidez y deleite". Pero, al parecer, ninguno de quienes lo vieron pensó en aprovechar sus efectos para las operaciones.

        El éter fue descubierto por el químico y filósofo catalán Raimundo Lulio (1232-1315). Lulio lo llamó "vitriolo dulce", y así se llamó hasta que en 1730 fue rebautizado W.G. Frobenius, un químico londinense de origen alemán. En griego, "éter" significa celestial. Su síntesis fue descrita en 1540 por el alquimista alemán Valerius Cordus (1514-1554). Poco después, Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim (1490-1541), mejor conocido como Paracelso, observó su tendencia a inducir el sueño, y señaló que el vitriolo dulce o éter "... aquieta todo sufrimiento sin ningún daño y alivia todos los dolores, y apaga todas las fiebres, y evita complicaciones en todas las enfermedades." Paracelso observó que las gallinas tomaban el éter con gusto y "... caían en un sueño prolongado, y despertaban ilesas". Había adquirido gran parte de sus conocimientos médicos trabajando como cirujano para varios de los ejércitos mercenarios de la época. Las guerras del siglo XVI fueron endémicas, brutales y sangrientas. Paracelso no sólo no temía desafiar la sabiduría médica recibida o a sus defensores: "Esta es la causa de los padecimientos del mundo, que vuestra ciencia está basada en mentiras. No sois profesores de la verdad, sino profesores de la falsedad", dijo a sus colegas médicos. Sin embargo, Paracelso no dio el salto intelectual necesario para aprovechar las propiedades del éter para la medicina quirúrgica humana. Si lo hubiera hecho, teniendo en cuenta que era un brillante divulgador, se habrían evitado siglos de indecibles sufrimientos.

        Probablemente la anestesia general se usó por primera vez en el Japón de principios del siglo XIX. El 13 de octubre de 1804, el médico japonés Seishu Hanaoka (1760-1835) extirpó quirúrgicamente un tumor de mama bajo anestesia general. El paciente fue una mujer de 60 años llamada Kan Aiya. Todas sus hermanas habían muerto de cáncer de mama, y Kan buscó la ayuda de Hanaoka. Hanaoka usó para la anestesia el "Tsusensan", un preparado de hierbas administrado oralmente que había desarrollado laboriosamente durante muchos años. Al parecer, su principal ingrediente activo era la planta Chosen-asagao. Se desconocen muchos detalles de la vida anterior de Hanaoka y de sus experimentos. Los eruditos se basan en el "Mayaku-ko" (colección de anestésicos y analgésicos), un folleto escrito en 1796 por su colega cercano Shutei Nakagawa. De joven, Hanaoka llegó con 23 años a Kyoto. Aprendió tanto la medicina tradicional japonesa como la cirugía de inspiración holandesa. La presencia occidental en Japón estuvo limitada durante siglos a una única isla en la Bahía de Nagasaki. Estaba prohibido importar libros de medicina. Pero los médicos japoneses pudieron recoger por escrito los conocimientos médicos transmitidos oralmente por sus homólogos holandeses. Fundamentalmente, además de su destreza como cirujano, Hanaoka creía en "el deber de aliviar el dolor". En su búsqueda de un anestésico no tóxico, al parecer realizó numerosos experimentos con animales no humanos. Finalmente, Hanaoka realizó muchísimas operaciones en personas bajo anestesia, e incluso operó a su hija y a su esposa. Por desgracia, bajo el Shogunato de Tokugawa (1603 - 1868) Japón estuvo prácticamente aislado del mundo. Los médicos occidentales y sus pacientes no supieron nada del trabajo y de los resultados de Hanaoka.

        Los grandes avances precursores de la era moderna de la anestesiología vendrían del Nuevo Mundo. También aquí la historia es desordenada y enrevesada, aunque es más conocida. En Artificial anesthesia and anesthetics (New York, William Wood and Co., 1881), Henry M. Lyman cuenta que en enero de 1842 el químico y estudiante del Berkshire Medical College William E. Clarke (1818-78) administró éter sobre una toalla a una tal Miss Hobbie, y luego el dentista Elijah Pope le extrajo un diente dolorido. Al parecer, Clarke se inspiró en su experiencia anterior de "ether frolics" en Rochester. Pero este suceso fue excepcional. De alguna manera, Clarke y Pope no llegaron a darse cuenta de las trascendentales ramificaciones potenciales de lo que habían hecho. Que sepamos, no escribieron sobre ello ni repitieron su proeza. Así pues, convencionalmente, se considera que el primer uso clínico del éter como anestésico general en humanos lo realizó el farmacéutico y médico rural Crawford Williamson Long, de Georgia, EEUU (1815-78). El 30 de marzo de 1842, el Dr. Long extirpó un quiste del cuello de un tal Mr. James Venable bajo anestesia; Venable consintió en ser entonces un conejillo de Indias porque tenía "pavor del dolor". El Dr. Long había aprendido cuáles eran sus propiedades jugueteando con el éter en la escuela de medicina de la Universidad de Pensilvania. El consumo de intoxicantes sociales de este tipo era habitual durante las décadas tercera y cuarta del siglo XIX, igual que las fiestas estimuladas con MDMA de una época posterior. Se repartían generosamente globos llenos de éter para que la audiencia los disfrutara, práctica que incluso hoy en día podría ser buena para animar algunas clases académicas. En la era de las juergas con éter, los estudiantes de medicina y químicos en ciernes ayudaban a preparar gases para las fiestas, tradición de servicio que aún subsiste, más discretamente, en el mundo académico de nuestros días. Desde el punto de vista histórico, es probable que la conexión con la medicina haya servido para que algunas personas, de forma más o menos independiente, hayan detectado la relación entre el entretenimiento como espectáculo y la posibilidad de realizar operaciones sin dolor.

        Sea como fuere, aunque el Dr. Long administró anestesia a sus pacientes en varias ocasiones y amplió su uso a la obstetricia, no hizo público su descubrimiento más allá de su entorno profesional inmediato. De hecho, hasta la publicación en 1849 de su artículo científico en el Southern Medical and Surgical Journal titulado "An Account of the First Use of Sulfuric Ether by Inhalation as an Anesthetic in Surgical Operations", sus trabajos eran desconocidos para casi todo el mundo. El uso por Long de la cirugía sin dolor era bastante conocido por lo menos en Jefferson, Georgia: Al parecer, algunos residentes de la zona sospechaban que practicaba la brujería, otros simplemente pensaban que era algo antinatural, y los tradicionalistas religiosos objetaban que el dolor era la forma en que Dios limpiaba el alma. La explicación de Long sobre sus reticencias iniciales era racional, e incluso puede ser verdadera, aunque probablemente toda la historia sea más complicada. "Sin duda la gente se preguntará por qué no publiqué los resultados de mis experimentos de eterización poco después de llevarlos a cabo. Antes de hacer la publicación quise probar la eterización en un número de casos suficiente para estar seguro de que la anestesia era producida por el éter, que no era efecto de la imaginación, o debida a alguna peculiar insensibilidad al dolor de las personas objeto de los experimentos."

        Independientemente de sus motivos, ahora había llegado el momento de la revolución de la anestesia. El dentista de Connecticut Horace Wells (1815-1848) intentó en enero de 1845 hacer una demostración de la anestesia quirúrgica. Wells había sido antes uno de los voluntarios que intentaron inhalar óxido nitroso en una demostración realizada por un capaz discípulo de P.T. Barnum, el "Profesor" Gardner Quincy Colton (1814-98) en la Union Hall de Hartford, Connecticut. Otro de los voluntarios, Samuel Cooley, un dependiente de la droguería local, se puso nervioso y se lesionó las piernas justo después de haber inhalado el gas. Wells le preguntó luego si su lesión era dolorosa. Cooley dijo que no había sentido nada en absoluto; quedó sorprendido al ver que su pierna estaba bañada en sangre.

        Como es proverbial, la suerte favorece a quienes tienen la mente preparada: Lo fundamental en este caso es que Wells era un dentista de buen corazón que odiaba ver el sufrimiento de sus pacientes. Siempre había intentado reducir al mínimo sus padecimientos; los dolores de muelas siempre fueron algo terrible, y también lo era su curación. El destino quiso que Wells pensara entonces en el alivio del dolor mediante la anestesia por inhalación de gas. Preguntó a Quincy Colton si conocía algún motivo por el que no se pudiera usar óxido nitroso para extracciones dentales. Colton le dijo que no conocía ninguna razón válida. Así pues, al día siguiente, Wells hizo que su colega dentista el Dr. John Riggs le sacara una de sus propias muelas. Colton administró el óxido nitroso. Casi sin sensibilidad, Wells no sintió más que un pequeño pinchazo. Inicialmente semiinconsciente, pronto recuperó los sentidos. "¡Una nueva era en la extracción de dientes!" exclamó, y añadió "¡Es el mayor descubrimiento de la historia!" Algo más conservador, Stuart Hameroff dice que la anestesia es el mayor invento de los últimos 2.000 años.

        Wells estaba rebosante de alegría. Enormemente alentado por su éxito, Wells, junto con su colega Riggs, pasaron a extraer los dientes de sus pacientes usando óxido nitroso. Wells también experimentó mucho con éter y otras sustancias, pero prefería el óxido nitroso porque generalmente era más seguro. Ahora estaba preparado para difundir lo más ampliamente posible la noticia de su descubrimiento. Con la ayuda de su antiguo colega Morton, Wells se puso en contacto con el Dr. John Collins Warren (1778-1856), fundador del New England Journal of Medicine y del Massachusetts General Hospital, llevando un informe sobre su maravillosa innovación. Warren tuvo sus dudas, pero renuentemente aceptó cooperar. Si el destino hubiera sido más benévolo, el nombre de Horace Wells habría entrado en la posteridad como uno de los mayores benefactores de la humanidad.

        Desgraciadamente, durante una demostración en el Massachusetts General Hospital, que Wells organizó para dar a conocer su descubrimiento, el paciente estuvo agitado y gritó de dolor. No tenía bastante anestesia, porque retiraron demasiado pronto el globo con el gas. La reacción de la audiencia de Wells, una clase de irreverentes estudiantes de medicina, fue desdeñosa. Hubo risas y gritos de "farsante". Wells quedó mortificado. Parece que nunca se recuperó de esta humillación en lo poco que le quedaba de vida. Wells intentó reanudar su consulta normal en Hartford. Tras el desastre de Massachusetts, probó usar una vez más la anestesia con óxido nitroso al día siguiente a su regreso. Resuelto a no quedarse corto, administró demasiado gas y casi mató al paciente. Poco después, Wells padeció una especie de crisis nerviosa. Durante un tiempo, remitió a sus pacientes a su colega Riggs. No obstante, Wells escribió en 1847 la disertación A History of the Discovery of the Application of Nitrous Oxide Gas, Ether, and Other Vapours to Surgical Operations. Buscó una alternativa al gas óxido nitroso que le había fallado en Massachusetts. Trágicamente, durante sus experimentos se hizo adicto al cloroformo. En estado de intoxicación atacó a una prostituta con ácido sulfúrico. Temiendo que quedaría totalmente desacreditado, y resentido porque su deshonesto protegido Morton intentaba robarle todo el mérito que merecía, poco después Wells se quitó la vida. The Daily Hartford Courant escribió:

"El difunto Horace Wells. La muerte de este caballero ha causado una profunda sensación de tristeza en la comunidad. Fue un hombre recto digno de estima, y era apreciado por todos los que lo conocieron, indudablemente piadoso, sencillo y de carácter generoso."

        Dejando de lado las curiosidades de la historia, la era de la anestesia quirúrgica comenzó con una demostración pública en el mismo anfiteatro de operaciones, realizada por el antiguo aprendiz y colega de Wells William Morton (1819-1868). Tuvo lugar el 16 de octubre de 1846. Como no quería correr el riesgo de lo que se consideró un fracaso en la demostración pública de Wells, Morton buscó una sustancia anestésica más fuerte. El médico y químico Profesor Charles Jackson (1805-1880) le aconsejó que usara éter en vez de óxido nitroso. En su consultorio, Morton experimentó en secreto con vapor de éter. También probó la anestesia con éter en un pececito, en su perro spániel de aguas, en dos asistentes y consigo mismo. El 30 de septiembre de 1846 Morton hizo a Eben Frost, un comerciante de Boston, una extracción dental bajo éter. Mr. Frost dijo que "no he sentido el más mínimo dolor". Este acontecimiento fue noticia durante dos días en la prensa local de Boston, y atrajo la atención de Henry Bigelow (1818-1890), un joven cirujano, inteligente, sensible y compasivo del Massachusetts General Hospital. Bigelow localizó a Morton y Warren para que pudieran estar en contacto. Morton reconoció que el éter era adecuado para la auténtica cirugía hospitalaria, no sólo para la odontología; ahora estaba preparado para iluminar al mundo. El paciente de Morton en la sesión pública fue un impresor de 20 años, Gilbert Abbott. El cirujano de Morton fue otra vez el Dr. Warren, ante cuya audiencia había tenido lugar la desastrosa demostración de Wells hacía menos de dos años. Los espectadores fueron estudiantes de medicina y cirujanos. La operación consistió en la extirpación de un tumor vascular situado debajo de la mandíbula de Mr. Abbott.

        Inicialmente, la audiencia era escéptica. El fracaso de la demostración de Wells era bien conocido allí; Morton y Jackson también habían estado presentes en el anfiteatro, Morton porque había abandonado el consultorio de Wells y se había apuntado como estudiante de medicina. Sin embargo, en esta ocasión todos los que vieron el espectáculo quedaron asombrados. Primero el Dr. Morton instruyó al paciente en lo que debía hacer. Ante un público expectante, Mr. Abbott respiró durante varios minutos de un inhalador de cristal con una esponja impregnada en éter sulfúrico. Luego el Dr. Warren procedió a realizar la operación. Duró unos diez minutos. Durante todo el tiempo, salvo algún temblor ocasional, parecía que el paciente dormía plácidamente. En ningún momento gritó, aunque su anestesia tal vez no fuera total: Abbott recordó después que "... no sentí dolor entonces, aunque era consciente de que la operación se estaba haciendo." Cuando concluyó la intervención, el Dr. Warren, impresionado como correspondía, dijo: "Caballeros, esto no es una farsa". Asombrados, los cirujanos presentes se apresuraron a probar el procedimiento, y a dar la noticia al resto del continente y allende el Atlántico, donde rápidamente se impuso la innovación. Bigelow publicó un informe sobre el triunfo de Morton en el Boston Medical Surgery Journal.

        El mérito de haber usado por primera vez la anestesia general en Europa se atribuye generalmente al cirujano inglés Robert Liston (1794-1847). "Esta treta yanqui, caballeros, le da una paliza al mesmerismo", comentó el profesor Liston después de haber amputado sin dolor la pierna de un paciente. En principio, ya era posible realizar operaciones más ambiciosas e investigaciones dentro del abdomen, el pecho y el cerebro, aunque pasarían varias décadas antes de que llegaran a ser habituales. Ya no era necesario realizar las operaciones a velocidades vertiginosas, aunque muchísimos pacientes siguieron muriendo por infecciones post-operatorias hasta que el fenol de Lister permitió las desinfecciones. El anfiteatro quirúrgico de Boston hoy se llama The Ether Dome.

        Morton tuvo la ambición de patentar su procedimiento y enriquecerse. Desde el principio trató de disfrazar la índole de la sustancia que utilizaba: El éter puro es un gas acre, volátil, aromático, que no se podía patentar ya que había sido utilizado durante mucho tiempo para otros fines. Morton llamó "The Letheon" a su propio mejunje a base de éter; aparte del éter sulfúrico, contenía varios aceites aromáticos y opio. Como es lógico, pronto se supo cuál era el principal ingrediente activo. Durante el resto de su vida, Morton se enzarzó en hostiles disputas con otros rivales que reivindicaban haber sido los primeros. Francis Darwin escribió en 1914 que "En las ciencias, el mérito se atribuye a quien convence al mundo, no a quien se le haya ocurrido por primera vez la idea". La maquinaria de relaciones públicas de Morton "ganó la contienda". Más destacadamente, durante la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-65) Morton administró personalmente anestesia a miles de soldados de la Unión y de la Confederación en los campos de batalla. Su tumba en el Cementerio de Mount Auburn, cerca de Boston, lleva la siguiente inscripción:

WILLIAM T. G. MORTON
Inventor and Revealer of Anaesthetic Inhalation
Before Whom, in All Time, Surgery Was Agony
By Whom Pain in Surgery was Averted and Annulled
Since Whom Science Has Control of Pain

        Las personas que sufren dolores en todo el mundo pensarán que la última línea es una cruel ironía, y la afirmación de haber sido el primero ha sido puesta en duda; pero la principal reivindicación del epitafio de Morton en el fondo es correcta.

        Los motivos de que persista el sufrimiento en el mundo son hoy más ideológicos que científicos. El dolor - y el placer - son controlables.

* * *


LA DEFENSA DEL DOLOR

        A pesar de sus obvias ventajas, una minoría conservadora se ha opuesto a la supresión del dolor en la cirugía, la odontología y (especialmente) en la obstetricia.

        Inicialmente, la ciudad de Zúrich prohibió totalmente la anestesia. "El dolor es la maldición deliberada y natural del pecado original. Todo intento de suprimirlo debe de ser pernicioso", aseguraron los Padres de la Ciudad de Zúrich (Harpers (1865); 31: 456-7). Su postura contrasta con la actitud más ilustrada de la Suiza de los años de 1990. El Zúrich de nuestros días experimentó con lo que se ha llegado a conocer como "Needle Park". Los drogadictos podían comprar abiertamente narcóticos e inyectarse heroína sin que la policía interviniera.

        En Escocia, Sir James Young Simpson (1811-1870), elocuente defensor de la anestesia con cloroformo y pionero de los partos sin dolor, ofendió a diversos escoceses calvinistas con su osadía. Porque el Génesis (3:16) declara: "A la mujer dijo: 'En gran manera multiplicaré Tu dolor en el parto, Con dolor darás a luz los hijos." Los tradicionalistas religiosos mantenían que las madres deben cumplir el "edicto de dar a luz a sus hijos con dolor", como establece la Sagrada Biblia. Por ello, Simpson fue denunciado por una minoría que se hacía oír de pastores y sacerdotes como un hereje blasfemo que profería palabras puestas en su boca por Satanás. [ver Triumph over Pain de René Fülöp-Miller, New York Library Guild, 1938]. Para un clérigo, la nueva anestesia con cloroformo era "un señuelo de Satanás, que aparentemente ofrecía una bendición a las mujeres; pero que, en última instancia, endurecería a la sociedad y privaría a Dios del profundo y fervoroso llanto que surge pidiendo ayuda en los momentos de dificultad." No se ha registrado la reacción de Dios por haber sido privado del llanto de las parturientas; pero sí se comentó por lo bajo que se debería negar el sacramento del bautismo a los niños nacidos sin dolor. Pero esto nunca sucedió: La oposición religiosa a la anestesia de mediados de la era victoriana nunca fue tan amplia ni estuvo tan organizada como indican algunos historiadores posteriores. No obstante, no siempre fueron retórica vacía las reacciones hostiles a que los humanos alteraran el orden de las cosas establecido por Dios. En su libro A History of the Warfare of Science with Theology (1896), A.D. White relata que "ya en el año 1591, Eufame Macalyane, una dama de alcurnia, acusada de haber pedido la ayuda de Agnes Sampson para que le aliviara los dolores del parto de sus dos hijos, fue quemada viva en el Castle Hill de Edimburgo; y esta antigua visión teológica persistió incluso hasta mediados del siglo XIX."

        Por suerte, el Profesor Simpson conocía su Antiguo Testamento. Sostenía que los "dolores" bíblicos debían traducirse como "trabajo duro", aludiendo a los esfuerzos musculares de la mujer contra las fuerzas anatómicas de la pelvis cuando daba a luz. También citaba el Génesis (2:21): "Entonces el SEÑOR Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió. Y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar". Asignar a Dios el papel de El Gran Anestesista puede parecer que no se ajusta a la historia; y no todos quedaron convencidos. Un tal Dr. Ashwell (The Lancet (1848:1, p.291)) replicó lo siguiente: "El Dr. Simpson seguramente olvida que el profundo sueño de Adán tuvo lugar antes de que se introdujera el dolor en el mundo, durante su estado de inocencia." Pero la insinuación de que el Señor empleó la anestesia ayudó a persuadir a la gente.

        Simpson era de origen humilde y llegó a ser profesor de obstetricia en Edimburgo. Tenaz, dogmático y polémico, también era un médico compasivo que atendía a ricos y pobres. De joven, casi abandonó su elección de una carrera como médico, horrorizado por el sufrimiento que entonces conllevaba la cirugía. Los pacientes abocados al bisturí, que se retorcían por los atroces dolores, primero tenían que ser atados con bandas o ser sujetados por varios hombres fuertes. Las salas de operaciones tenían "ganchos, anillas y poleas fijadas a las paredes para mantener en su sitio a los pacientes durante las intervenciones" (Julie M. Fenster, Ether Day, 2002); las víctimas de la cirugía sufrían dolores tan espantosos como los que se infligían en las cámaras de tortura medievales. A este respecto, poco había cambiado desde que el famoso médico romano Cornelius Celsus escribiera en el año 30 D.C. que el cirujano ideal debería estar "tan exento de piedad que, aunque desee curar a su paciente, los gritos de dolor no lo conmuevan como para trabajar demasiado rápido ni para cortar menos de lo necesario".

        Mil ochocientos años después, la cirugía seguía siendo un último recurso desesperado. Habitualmente las operaciones se llevaban a cabo con el telón de fondo de horribles alaridos y gemidos de dolor. "Es una quimera librarse del dolor en las operaciones quirúrgicas... 'bisturí' y 'dolor' son palabras siempre inseparables en la mente de los pacientes", afirmó en 1839 el gran cirujano francés Alfred-Armand-Louis-Marie Velpeau (1795-1867). Emocionalmente, la cirugía podía ser igualmente traumática para los cirujanos. Como señaló con pena el presidente de Harvard, Edward Everett (1794-1865): "No me sorprende que a veces un paciente muera, pero sí que el cirujano sobreviva." Sin embargo, en poco más de diez años la revolución de la anestesia se difundió por todo el planeta, y sus adversarios fueron derrotados.

        En una carta escrita en 1836 a un colega médico, Simpson preguntaba: "¿No se podría hacer algo para dejar inconsciente al paciente cuando sufre dolores agudos, sin interferir en el curso libre y sano de las funciones naturales?" Simpson probó el mesmerismo; Pero no funcionó. Por primera vez escuchó hablar de la anestesia con éter a su antiguo tutor en Londres, Robert Liston. Las noticias habían llegado a Inglaterra por carta, por el camino más rápido, el vapor transatlántico. Simpson mismo usó éter en cirugía tres semanas más tarde, y publicó un informe sobre ello en marzo de 1847 en el Edinburgh Monthly Journal of Medical Science. Sin embargo, el éter olía desagradablemente, era de acción lenta e irritaba los tubos bronquiales. Simpson buscó un agente mejor, más adecuado para las parturientas. En el mes de octubre, su farmacéutico fabricante de Liverpool, David Waldie, le mandó una muestra de cloroformo. Simpson experimentó en sí mismo. Después usó el cloroformo con éxito en su consulta de obstetricia, y en noviembre publicó en el Lancet un artículo entusiasta sobre las ventajas de esta sustancia. Pronto llegó a insistir en que "toda operación sin él es una crueldad despiadada y deliberada". Pero Simpson fue más lejos. Entre sus pacientes, defendía la anestesia general en todos los partos. Citaba a Galen: "El dolor no sirve de nada al que lo padece". Y Simpson mantenía: "Todo dolor per se, y especialmente si es excesivo, es destructivo y a la larga fatal por su naturaleza y sus efectos." Los sentimientos de Simpson eran dignos de admiración, aunque su ciencia médica a veces era defectuosa.

        El profesor Simpson no limitó su uso de la anestesia a la práctica quirúrgica. En su búsqueda de anestésicos nuevos y mejores, probó de todo en sí mismo y en sus colegas. Algunos escritos sobre sus investigaciones sobre nuevos agentes anestésicos más parecen las hazañas de un adolescente huelepega que un brillante ejemplo de rigor metodológico. A Simpson le gustaba usar a mujeres jóvenes como conejillos de Indias. Era una personalidad que desbordaba la realidad, y solía administrar cloroformo a los sobrecogidos invitados a cenas en salones de todo el país, y luego besaba a las jóvenes damas que, por su efecto, perdían el conocimiento, forma de experimentación que hoy en día no es probable que fuera aprobada por un comité de ética. "Una de las damiselas, Miss Petrie, queriendo demostrar que era tan valiente como un hombre, inhaló el cloroformo, cruzó los brazos sobre su pecho y se quedó dormida, gorjeando '¡Soy un ángel! ¡Oh, soy un ángel!". René Fülöp-Miller describe una escena así:

“Al despertarse, la primera percepción de Simpson fue mental. ‘Esto es mucho más fuerte y mejor que el éter,’ se dijo. Su segunda percepción fue darse cuenta de que estaba postrado sobre el suelo. Al oír un ruido, se giró y vio al Dr. Duncan bajo una silla - se le cayó la mandíbula, se le clavaron los ojos, la cabeza se le inclinó bajo el cuerpo; estaba casi inconsciente, y emitía resueltos ronquidos. El Dr. Keith agitaba brazos y piernas intentando volcar la mesa de la comida. El oficial de la marina, Miss Petrie y Mrs. Simpson estaban tendidas en el suelo en las más extrañas actitudes, y en el aire resonaba un coro de ronquidos.

        Uno tras otro, volvieron en sí. Una vez que estuvieron sobrios y sentados a la mesa, comenzaron a relatar los sueños y visiones que habían tenido durante la intoxicación con cloroformo. Cuando por fin llegó el turno del Dr. Simpson, parpadeó y dijo con gran satisfacción: ‘Esto, queridos amigos, dará a mis pobres mujeres en el hospital el alivio que necesitan. Una dosis lo bastante grande les producirá un sueño narcótico profundo.’”

        Por desgracia, Simpson no se dio cuenta de que el cloroformo es una sustancia potencialmente peligrosa para un paciente - y para un consumidor por entretenimiento - aunque se use en condiciones ideales. Puede causar fibrilación cardíaca ventricular, lo que es una complicación potencialmente mortal. Inicialmente, Simpson pensaba que la anestesia con cloroformo era totalmente segura. Y atribuyó las primeras muertes y reacciones adversas a la incompetencia de los médicos ingleses, no al efecto de depresión de las funciones cardiovasculares y respiratorias.

        Estaba equivocado. Pero los mitos y las ideas falsas sobre el nuevo procedimiento de operaciones estaban muy extendidos tanto entre los profesionales como entre los legos. Uno de los rumores populares decía que la anestesia provocaba fantasías carnales y convertía el parto en un gigantesco orgasmo. Algunos médicos pensaban lo mismo. El American Journal of Medical Surgery (1849 18:182) cita a un tocólogo que "insistía en que la eterización es una falta de decoro... debido a que con su uso el trance de dar a luz se sustituía por el orgasmo sexual". En A Lecture on the Utility and Safety of the Inhalation of Ether in Obstetric Practice (1847, Lancet 1, 321-323), el Dr. Tyler Smith menciona el caso de una joven francesa que dio a luz con anestesia de éter y luego confesó que había soñado que hacía el acto sexual con su esposo. "Para una mujer de este país, sería incluso más espeluznante pensar en la mera posibilidad de experimentar tales sensaciones, excitadas y manifestadas en forma de acciones aparentemente no controladas, que enfrentarse a soportar el máximo del dolor físico", observó el Dr. Smith. Como narra el esclarecedor libro de Linda Stratmann Chloroform: the Quest for Oblivion (2003), este episodio fue retomado por el adversario de Simpson, el Dr. George Thompson Gream del Queen Charlotte's Lying-in Hospital. En su Remarks on the Employment of Anaesthetic Agents in Midwifery (London, John Churchill, 1848), Gream brinda a sus lectores el obsceno detalle adicional de que la desvergonzada joven francesa también ofreció un beso a un asistente varón. Gream estaba seguro de que tan pronto las mujeres en general supieran lo que les podía pasar con la anestesia, "aceptarían padecer las más terribles torturas, o creo que incluso la muerte, antes de someterse a la más mínima posibilidad de exhibiciones como las que se han descrito... los hechos no se pueden publicar en un escrito que pueda caer en manos de personas que no pertenecen a la profesión médica."

        Por fortuna, Gream sobreestimó el estoicismo y la virtud de las mujeres inglesas. Sus opiniones eran extremadas, incluso para los más estrictos puritanos. La mayoría de los médicos no las tomaban en serio, ni siquiera en aquella época. Pero las inquietudes respecto a la desinhibición sexual inducida por drogas no fueron algo exclusivamente característico de la era victoriana. Los temores morales periódicos relativos al sexo alentado por las drogas casi nunca han tenido nada que ver con las propiedades farmacodinámicas de las sustancias en cuestión. Así, según la prensa popular, los inmigrantes chinos de la época del "Peligro Amarillo" pretendían atraer a jóvenes blancas a sus cuevas de opio para convertirlas en esclavas sexuales; el "GHB" convierte repetidamente a damiselas castas en ninfómanas; y en la época de la película propagandística "Reefer Madness", se decía que la marihuana transformaba a jóvenes sanos en sexualmente anormales con tendencia al sexo entre razas. Existen muchísimos otros ejemplos. En realidad, el consumo de cocaína ciertamente puede provocar una hipersexualidad promiscua, pero no cuando se emplea como anestésico local en odontología; y la sensación de confianza y amor universal que induce el MDMA puede conducir a "vínculos inapropiados" y a sexo sin protección.

        En la Inglaterra victoriana, no todas las mujeres con fantasías post-quirúrgicas perturbadoras fueron engañadas. Una minoría de médicos adoptó la costumbre de seducir a pacientes femeninas insensibilizadas, para luego atribuir a los efectos secundarios del anestésico cualquier confuso recuerdo de faltas cometidas. Sin embargo, la noción de que la anestesia podía fomentar pensamientos lascivos y una conducta sin inhibiciones no ayudó a promover la aceptación de los partos sin dolor en la buena sociedad. Especialmente los hombres tenían tendencia a pensar que reducir a las madres a un indefenso estado de inconsciencia mientras cumplían su papel de parir, definitorio de la vida, era algo antinatural e inmoral. Un clérigo dijo: "Precisamente el dolor que una mujer sufre durante el parto es uno de los elementos más fuertes del amor que siente hacia su bebé". En The Lancet 2 (1849), 537, el médico inglés Robert Brown explica que Dios y la Naturaleza "caminan de la mano"; el parto sin dolor es una invención del Diablo. En una época en la que la mayoría de la gente estaba de acuerdo con la metafísica del vitalismo, los adversarios de Simpson estaban convencidos de que la experiencia del dolor debía tener alguna finalidad esencial. "El dolor en las operaciones quirúrgicas, en la mayoría de los casos, es incluso deseable, y evitarlo o suprimirlo generalmente es peligroso para el paciente", alegaba el Dr. James Pickford, adversario de Simpson, pero sin aducir ninguna prueba convincente del motivo de ello.

        En la South London Medical Society, las opiniones eran muy contrarias a la cirugía sin dolor. Dirigiéndose a una reunión celebrada poco después de la publicación del artículo original de Simpson sobre el cloroformo, el muy respetado Dr. Samuel Gull declaró que "intentar eliminar el dolor es una locura peligrosa". Afirmaba el Dr. Gull que aunque la abolición del dolor fuera moralmente deseable, "es bien sabido que el éter es un veneno". [F. Stanley. For Fear of Pain, British Surgery 1790-1850, (2003)]. El Dr. Cole, colega de Gull, describía al éter como "pernicioso". Un tal Dr. Nunn decía "no llego a ver cómo podría un cirujano prescindir del dolor". Se citaban con aprobación las opiniones del francés Francois Magendie ("La Douleur Toujours!"). El Dr. Radford, al concluir una reunión, concluyó que el moderno procedimiento "sólo contiene el mal" [ver T. Dormandy The Worst of Evils, The Fight Against Pain, (2006)]. Hoy día, la racionalización del sufrimiento humano es ampliamente compartida por los enemigos de la prevención o exterminación del dolor emocional; y se defiende con razones metafísicas igual de endebles.

        En Inglaterra, al menos, la práctica de la anestesia durante los partos se ganó una mayor credibilidad después de que fuera usada para la Reina Victoria, hecho que recibió mucha publicidad. En 1853, la reina dio a luz con éxito a su octavo hijo, el Príncipe Leopoldo. El Dr. John Snow (1813-1858) de Edimburgo, el primer anestesiólogo/anestesista del mundo, le administró cloroformo. In 1847 Snow había publicado un hito científico, On the Inhalation of Ether in Surgical Operations. El Dr. Snow quiso dar una firme base científica a los principios de la anestesia. Fundamentalmente, Snow introdujo inhaladores destinados a proporcionar una "dosis" exacta y regulada de la sustancia anestésica a cada paciente estrechamente vigilado. De forma prudente, en el caso de la Reina Victoria, el cloroformo se dosificó para inducir analgesia, más que una anestesia total. Su Majestad dijo: "El Dr. Snow me dio el bendito cloroformo y el efecto fue relajante, tranquilizador y delicioso sobremanera". Si la reina hubiera muerto entonces, el progreso de la anestesia se habría retrasado una generación; por fortuna, sobrevivió ilesa. La anestesia à la reine llegó a ponerse de moda en la alta sociedad.

        Comprensiblemente, las pacientes y muchas futuras madres estaban contentísimas. Una madre estuvo tan encantada con el parto sin dolor que llamó Anestesia a su hija. No obstante, la controversia no cesó del todo. The Lancet estaba escandalizado porque se hubiera usado anestesia para la Reina. El distinguido diario incluso dudaba de que esa historia fuera cierta, ya que el cloroformo "está claro que ha causado la muerte instantánea en un número considerable de casos" ["Administration of Chloroform to the Queen", The Lancet 1 (May 14, 1853): 453) ]. Como señalaba con alarma su comentario, "En este país los ejemplos de la realeza son inmediatamente seguidos por una determinada clase de la sociedad." The Lancet tampoco estaba convencido de que la anestesia general fuese necesaria en la odontología. Tras una muerte en 1858 en el sillón de un dentista de Epsom, su redactor advertía: "Principalmente son las damas elegantes las que piden cloroformo. Esta vez se sacrificó a una muchacha de la servidumbre; la próxima vez podría ser una duquesa."

        La advertencia de The Lancet, aparte de su ampulosidad y esnobismo, no estaba de más en absoluto. Uno de los problemas era que no había pruebas clínicas comparativas sobre el uso del cloroformo y del éter. El cloroformo actúa más rápidamente y es más fácil de usar pero, en general, el éter es más seguro.

        Por otra parte, el cloroformo se había usado menos hasta entonces. El cloroformo, líquido volátil de olor característico y sabor dulce, fue descubierto en julio de 1831 por el médico estadounidense Samuel Guthrie (1782-1848), y de forma independiente algunos meses más tarde por Eugène Soubeiran (1797-1859) en Francia y Justus von Liebig (1803-73) en Alemania. De modo profético, la nieta de Guthrie, Cynthia, de ocho años de edad, en una ocasión se anestesió por accidente por inhalar vapor de cloroformo; tenía la costumbre de meter un dedo en el líquido y probar su sabor. "El whiskey dulce de Guthrie" se convirtió en una bebida local popular; su consumo provocaba lo que Guthrie describía como "un flujo animado del espíritu animal, y la consiguiente locuacidad." Pronto apareció el cloroformo en las especialidades medicinales. El más famoso de esos mejunjes era el chlorodyne, una tintura de cloroformo y morfina concebida por el cirujano militar británico Dr. J. Collins Browne como remedio contra el cólera.

        Al contrario que el éter, el cloroformo no es inflamable, ventaja importante en una época alumbrada con velas. Además, el cloroformo es una sustancia química menos irritante de las vías respiratorias. Sin embargo, es un depresivo cardiovascular. Más engañosamente, los metabolitos tóxicos del cloroformo pueden causar daños renales de aparición tardía. Al igual que la mayor parte de los anestésicos, su margen de seguridad terapéutica es relativamente bajo. Esto planteaba un riesgo especial cuando el cloroformo se administraba del modo preferido en Edimburgo, con un pañuelo doblado. No existía una dosis establecida; cuando se empleaba el cloroformo en cantidad adecuada para la anestesia, y no como embriagante, sencillamente se administraba hasta que el paciente quedaba inconsciente. “La idea de que hace falta mucha experiencia para administrar cloroformo es bastante errónea, y es perjudicial porque reduce la confianza de los profesionales en esta valiosísima sustancia”, declaró el padre de la cirugía antiséptica Joseph Lister (1827–1912), cirujano de la Royal Infirmary y profesor de cirugía de la Universidad de Glasgow.

        Retrospectivamente, se puede decir que esta opinión era imprudente y peligrosamente ingenua. La primera muerte bajo anestesia que se conoce se produjo ya en enero de 1848: fue la de Hannah Greener, una joven de 15 años que murió anestesiada con cloroformo mientras se le extirpaba la uña de un dedo de un pie. Como respuesta a esas primeras muertes trágicas, el Dr. Joseph Clover (1825-1882) creó en 1862 el primer aparato destinado a administrar cloroformo en concentraciones controladas y, en 1877, un "inhalador de éter regulador portátil". Sin embargo, subsistieron graves riesgos a pesar de la mejora de la técnica para controlar el grado de anestesia. La anestesiología es hoy en día una especialidad médica técnicamente exigente que requiere estudios largos y difíciles. Incluso actualmente, en ciertas ocasiones la anestesia puede causar graves complicaciones, tales como daños hepáticos o renales, derrames cerebrales, infartos, ataques, neumonía, y reacciones alérgicas. En la Inglaterra victoriana no existía ninguno de nuestros sofisticados equipos de vigilancia cardiorrespiratoria, ni la intubación endotraqueal, ventiladores y el amplio cuidado perioperativo de los pacientes. Además, el hito de la transición hacia la cirugía sin dolor inicialmente no contó con el conocimiento de la teoría de las infecciones por gérmenes y de la importancia de la asepsia: ese avance decisivo tuvo que esperar los descubrimientos de Semmelweis , Pasteur, Koch y Lister. Trágicamente, las variaciones del "la operación fue un éxito, pero el paciente falleció" siguieron siendo frases postoperatorias corrientes durante varias décadas. En el siglo XIX casi la mitad de los pacientes sometidos a algún tipo de cirugía invasiva murieron poco después de la intervención, principalmente de septicemia. En verdad, hoy existen pocas situaciones obstétricas en las que sea médica o humanamente esencial usar anestesia general: el empleo de la anestesia regional o local generalmente es suficiente en los partos naturales, pero millones de parturientas en todo el mundo sufren porque el alivio del dolor es muy inadecuado. Cuatro años después del nacimiento del Príncipe Leopoldo, el Dr. Snow volvió a usar cloroformo cuando la Reina Victoria dio a luz a su hija menor, la Princesa Beatriz. El Dr. Snow también asistió un parto de la hija del Arzobispo de Canterbury. Finalmente, la sanción real y eclesiástica, aunque no era la divina, fue suficiente para acallar las voces críticas.

        Sin embargo, las pasiones retóricas del otro lado del Atlántico estaban igual de desbordadas que en Gran Bretaña. En 1847, The Philadelphia Presbyterian tronó, "Que todos los que valoran la libertad de elección humana se guarden de la esclavitud de la eterización". La opinión que el movimiento American Temperance tenía de la anestesia quirúrgica era igual de desfavorable. Consideraba que la eterización era una forma de intoxicación que constituía una amenaza a la virtud de las pacientes. Aunque en general los cirujanos y los pacientes acogieron agradecidos las operaciones sin dolor, un grupo variopinto de médicos, dentistas y científicos con mentalidad convencional expresó una oposición vehemente. El Dr. William Henry Atkinson, primer presidente de la American Dental Association (ADA), Protestó diciendo: "Pienso que la anestesia es cosa del diablo, y no puedo aprobar que exista ninguna influencia satánica que prive al hombre de la capacidad de reconocer la ley. Me gustaría que no existiera la anestesia. No creo que se deba evitar que los hombres pasen por lo que Dios decidió que deben soportar." [ver Sacred Pain: Hurting the Body For the Sake of the Soul, por Ariel Glucklich, Oxford University Press, 2001]. Al parecer, Atkinson pensaba que el dolor eleva espiritualmente. El dolor no representaba el castigo de Dios al hombre, sino Su afecto paternal.

        Particularmente los teólogos tendían a pensar que la agonía soportada con entereza elevaba el espíritu. En Milán, el Cardenal Berlusconi, pariente lejano del que luego sería el primer ministro italiano, pronunció un conocido sermón que condenaba a los defensores de la cirugía sin dolor por intentar eliminar "una de las leyes más misericordiosas del Todopoderoso" [Unsere Schmerzen (Viena, 1868)]. En la sociedad humana, especialmente en la tradición judeocristiana, generalmente se otorga el máximo aprecio a los héroes y heroínas que soportan estoicamente los mayores sufrimientos. Se desprecia la tendencia poco heroica a la autocompasión. En Canadá, los médicos militares al principio se negaron a usar anestesia en las operaciones, alegando que sus valientes soldados podían resistir con calma tales nimiedades. En los EE.UU., el cirujano de tropas regulares John B. Porter prohibió usar anestesia para los soldados bajo sus órdenes, alegando motivos de seguridad, pero probablemente, en parte, porque "el dolor más fácil de aguantar es el de los demás". Nuestros conceptos darvinianos de fuerza moral y nobleza de carácter van unidos a la capacidad de soportar grandes padecimientos, independientemente de que el dolor se llame "físico", "emocional" o de las dos clases. Lamentablemente, la Sociedad o la Madre Naturaleza raramente respetan a los debiluchos psicológicamente sensibles. En lo que respecta al dolor "físico", los primeros críticos de la anestesia mantenían que insensibilizar a los pacientes para la cirugía era deshumanizarlos. Supuestamente una existencia libre de dolor privaba a los seres humanos de su dignidad y humanidad esenciales. Por desgracia, con frecuencia las víctimas pierden la dignidad del dolor insoportable.

        Esta opinión oscurantista dio lugar a objeciones teológicas. Unos pocos médicos de mentalidad religiosa usaron argumentos teológicos para justificar el uso de anestésicos en la medicina. En On the Property of Anaesthetic Agents in Surgical Operations (1855), Eliza Thomas describe la anestesia como "una segunda bendición": un regalo de Dios. Pero el entusiasmo clerical, más que la aquiescencia, no era frecuente. ¿Cómo podría el Señor castigar la falta de rectitud de Sus hijos si no dispone de Su arma principal, o sea el dolor? El argumento de que los médicos y cirujanos no deberían "jugar a ser Dios" se esgrime habitualmente hoy en día, incluso por quienes rinden homenaje la Naturaleza en vez de al Todopoderoso. Naturópatas, homeópatas y herbalistas fueron tan hostiles a la anestesia "no natural" como lo son frente a las intervenciones de la medicina científica contemporánea.

        Los adversarios de la anestesia contaron con aliados en el mundo académico. El doctor Charles Delucena Meigs (1792-1869), profesor de obstetricia y ginecología del Jefferson Medical College, opinaba que los dolores del parto eran "manifestaciones muy deseables, saludables y conservadoras de la fuerza vital." La eterización debilitaba esta "fuerza vital", por lo que se debía evitar. Para el Dr. Meigs tampoco era aceptable el cloroformo; usarlo era casi igual a emborracharse. Su grado de empatía con las parturientas queda reflejado en lo que dijo sobre una mujer: "tiene una cabeza casi demasiado pequeña para el intelecto, justo lo suficientemente grande para hacer el amor." Más razonablemente, Meigs señalaba que no se conocían el mecanismo de la anestesia y sus efectos a largo plazo sobre el cerebro.

        La aversión hacia la cirugía sin dolor pronto apareció en la prensa académica. El New York Journal of Medicine [9 (1847) 1223-25] declaró que el dolor era vital para el procedimiento quirúrgico, y que su supresión era nociva para los pacientes. Esta noción hoy nos parece curiosa, tal vez igual de curiosa que podrá parecer a nuestros descendientes nuestra propia suposición de que la capacidad de sentir dolor emocional es indispensable para la salud o que, como mínimo, es un indicador esencial para el diagnóstico de problemas. No obstante, la preocupación reflejada por la reacción de la publicación estaba muy difundida. Francois Magendie (1783-1855), el famoso fisiólogo, neurólogo y vivisector de cachorros, mantenía que el dolor era imprescindible para la vida. Magendie pensaba que la anestesia "reduce al paciente a la condición de cadáver". La pérdida del "espíritu vital" inducida por la anestesia supuestamente ponía en peligro al paciente en la sala de operaciones, y retrasaba o impedía su recuperación después de la intervención. Igual que los defensores de la "medicina heroica" de Benjamin Rush (1745-1813), Magendie pensaba que la eterización minaba la fuerza vital. Después de Darwin y de los triunfos de la química orgánica, somos más propensos a vernos como robots neuroquímicos desprovistos de espíritu vital; pero como antes el dolor físico había estado tan íntimamente ligado a la vida, muchos filósofos y científicos del siglo XIX daban por sentado que el sufrimiento es inseparable de la misteriosa fuerza vital. Hubo sectores de la profesión médica que hasta valoraban el dolor y sus manifestaciones como señales alentadoras de la vitalidad del paciente y de la eficacia de las prescripciones de un médico. En Calculus of Suffering: Pain, Professionalism, and Anesthesia in Nineteenth-Century America (New York, NY: Columbia University Press; 1985), Martin Pernick cita al médico Felix Pascalis: "Cuanto mayor sea el dolor, tanto mayor ha de ser nuestra confianza en el poder y la energía de la vida". Contrariamente, la anestesia evocaba a la muerte.

        Los comentaristas mediáticos actuales son propensos a expresar opiniones similares, incluso a usar un lenguaje similar, cuando invocan el espectro de Un Mundo Feliz impulsado por un soma. Antes de que fallezcan personas que ya viven, la biotecnología amenaza con eliminar las aflicciones psicológicas consustanciales a la vida. Ciertamente, las diversas formas del sufrimiento son terribles, reconocen quienes lo racionalizan; pero su pérdida nos privaría de nuestra humanidad, libertad y dignidad - y tal vez también de una indefinible energía vital, aunque esta expresión ha caído en desuso. El dolor, afirman sus defensores, es de alguna manera más auténtico que la felicidad. De hecho, por motivo de la evolución, para la mayoría de nosotros hasta ahora ha sido imposible mantener un bienestar eufórico, independientemente del contenido propuesto. Por ello, se tiende a ver tales episodios como "falsos", o bien, como "experiencias cumbre" poco comunes y necesariamente fugaces. Quizás su "realidad" pudiera llegar a parecer mayor si la felicidad invencible se convierte en parte de la urdimbre de la vida consciente, genéticamente codificada, dejando de ser una aberración inducida por drogas.

        Otras objeciones a la revolución de la anestesia fueron más difíciles de refutar. Varios críticos se inquietaban de que la anestesia meramente inmovilizaba el cuerpo e inducía amnesia pero no extinguía el dolor. Así, el paciente podría quedar paralizado bajo el bisturí del cirujano, pero plenamente consciente, atrapado en una agonía inenarrable. Aunque el cloroformo y el éter (eso pensamos) son inocentes de tales delitos, sí se cometió un terrible error médico casi un siglo después con un bloqueante neuromuscular, el curare, el veneno de las flechas de indios sudamericanos. En su momento, el curare representó un importante avance quirúrgico. Aunque su uso requiere la intubación de la tráquea y la ventilación mecánica de los pulmones del paciente, el curare condujo a una reducción de la mortalidad por anestesia. Esto se debió a que el curare no tiene los efectos cardiodepresivos de la anestesia general. Desgraciadamente, algunos cirujanos y anestesistas supusieron inicialmente que el curare no sólo era un relajante muscular sino también un anestésico. Unos pocos pacientes fueron sometidos a cirugía con curare, paralizados pero conscientes. En vez de olvidar luego su pesadilla, las víctimas quedaron traumatizadas. El curare no produce amnesia. Aunque este error concreto no se repitió, al menos no en humanos, el empleo de bloqueantes neuromusculares en combinación con la anestesia aumenta el riesgo de que el paciente permanezca consciente durante la intervención quirúrgica.

* * *


LA DERROTA DEL SUFRIMIENTO

        Así pues, ¿cuál es el paralelismo entre los argumentos empleados contra las técnicas de alivio del dolor emocional y del dolor físico? ¿Dónde acaba, si es que acaba, la analogía?

        Lógicamente hay diferencias entre, por una parte, el uso de anestésicos y analgésicos para evitar el dolor en la medicina clínica y, por otra, el uso de agentes terapéuticos para disipar el dolor mental "natural" de la vida darviniana. Para empezar, mientras que los analgésicos generalmente reducen la intensidad de la consciencia, y la anestesia general la suprime, la medicina post-genómica promete profundizar, diversificar e intensificar la calidad de nuestro estado de consciencia. También, como contraste, los analgésicos fuertes tienden a disminuir la capacidad funcional de la persona, y los anestésicos de hecho la suprimen, mientras que las drogas de diseño enriquecedoras del estado anímico Y las terapias genéticas del futuro es más probable que amplíen nuestras capacidades intelectuales, físicas, sensoriales y estéticas - y posiblemente incluso nuestra sensibilidad espiritual, introspectiva, empática y moral. Existen otras disimilitudes. Someterse a la anestesia general para una operación quirúrgica implica entregar a otros el control sobre el propio cuerpo: Uno de los primeros argumentos contra la anestesia quirúrgica fue que dejaba indefensa a una mujer - incapaz de defender su virtud en caso de que su cuerpo semidesnudo inflamase el deseo de los cirujanos, y quizás presa ella misma de una conducta desinhibida y licenciosa. En cambio, decidirse a favor de agentes elevadores del ánimo suele reducir la sensación de impotencia. Si no intervienen otros factores, el ánimo elevado inmediatamente aumenta la capacidad de acción autónoma, promueve un estatus social más alto en las jerarquías de dominio de los primates y fortalece el propio sentido de ser agente - lo inverso de la "impotencia aprendida" y la conducta de sumisión características de la depresión.

        Nada de lo anterior puede minimizar la fundamental semejanza existente entre las dos principales clases de sufrimiento. En la medida en que se pueden distinguir, tanto el dolor somático como el psíquico son de inmediato profundamente aflictivos y, en potencia, funcionalmente superfluos en la era de la medicina post-genómica. Sus papeles funcionales se pueden cumplir de múltiples otras maneras que no comportan la textura ("cómo se siente") de lo desagradable - siempre que realmente sea necesario asegurar esos papeles funcionales. El dolor somático y el dolor psíquico comparten sustratos comunes Dentro de la maquinaria molecular de la célula nerviosa. Intuitivamente, el dolor "físico" agudo es peor. No obstante, es el dolor "emocional" insoportable el que hace que casi un millón de personas se suiciden cada año en el mundo. El dolor psíquico provoca millones de "para-suicidios" y casos de conductas autolesionantes; y es ese dolor emocional el que ha hecho depresivas a decenas de millones de personas. En la realidad, los dos reinos del dolor están íntimamente enlazados. Un dolor no tratado generalmente conduce a la depresión, y con frecuencia la depresión se manifiesta con síntomas somáticos.

        Lógicamente surgirán (muchas) dificultades hasta que se pueda derrotar totalmente el sufrimiento. Mantener la dicha durante toda la vida y al mismo tiempo una capacidad de comprensión crítica no es sencillo, especialmente si queremos que esa felicidad absoluta sea empática y no egoísta. Todo organismo inteligente depende para prosperar de una compleja red de mecanismos de retroalimentación entrelazados genéticamente regulados. Por ello, algo tan nuclear para la existencia humana primordial como las experiencias aversivas no se puede borrar de nuestras vidas sin sustituirlo por una amplia red de análogos funcionales, casi un cableado cerebral. Por fortuna, en la extraordinaria estructura del dolor, ni el punzante dolor provocado por un trauma del tejido orgánico ni la dolorosa desesperación de la depresión melancólica, no contienen nada funcionalmente indispensable para la mente inteligente. Porque un dolor agudísimo no es lo mismo que la nocicepción sensorial; ni sus homólogos "psicológicos" se deben identificar con el papel funcional que desempeñan en la economía informativa de las mentes darvinianas.

        La capacidad de corregir o reescribir nuestro código genético, que pronto tendremos, significa que también se podrán explorar otras opciones de procesamiento de la información. Como mínimo, podremos subir nuestros niveles normales de ánimo, de modo que todos nos podamos sentir felices y emocionalmente realizados. Es importante que las caídas de gradiente de un bienestar elevado que fluctúa (de modo estable) alrededor de un "punto de ajuste hedónico" alto pueden señalizar "peligro" o "error" (y motivarnos para evitarlos) con igual o mayor fuerza que las magnitudes de sufrimiento. Si el placer y el dolor fueran meramente relativos, entonces tales caídas homeostáticas de la consciencia elevada realmente nos producirían daño; tal y como están las cosas, en el futuro podrán tener un papel de corrección de errores meramente (y vagamente) similar al de los atroces horrores del pasado. El rediseño del sistema neurotransmisor de opioides intervendrá en el recalibrado, pero el rediseño de la arquitectura del sistema mesolímbico de la dopamina será un paso capital para recalibrar nuestro circuito de recompensas, de modo que todos nos podamos sentir dinámicamente súper-bien durante toda la vida. Porque el sistema de dopamina meso(córtico)límbico actúa de mediador no sólo para el placer, sino también para la conducta de los deseos y la llamada motivación por incentivos. Es revelador que las drogas que liberan dopamina actúan como analgésicos además de euforiantes; en cambio, aproximadamente la mitad de quienes padecen el "trastorno de deficiencia de dopamina", más conocido como enfermedad de Párkinson, presentan síntomas de dolor físico. De forma más general, una amplia minoría de personas de nuestra sociedad humana contemporánea padece de gradientes de amargura, malestar y descontento. Son pocos los que están animados principalmente por vectores de bienestar, y muchos - aunque no todos - entre quienes pertenecen a esta pequeña minoría son catalogados como (hipo)maníacos o bipolares. Dentro del espectro de su estado de ánimo cotidiano, la mayoría de las personas está dentro de esta gama. Los "hipertímicos" animados por vectores de felicidad perpetua y sin manías, que también existen, hoy son desde el punto de vista médico raros ejemplares de la naturaleza.

        Sin embargo, en las próximas décadas tendremos la posibilidad farmacéutica y genética de elegir, como telón de fondo de nuestra vida, cualquier intervalo del eje afectivo que queramos ocupar. Apenas hemos comenzado a vislumbrar los posibles extremos del eje placer-dolor; en lo que respecta al lado oscuro del sentir, confiamos (y estadísticamente esperamos) que nunca lo llegaremos a conocer. Con mayor ambición, las nuevas biotecnologías prometen ampliar nuestra gama de elección mucho más allá de las herramientas para una cruda modulación unidimensional del estado anímico. Porque tendremos útiles para rediseñar el fundamento neuronal de nuestra personalidad, para reparar las deficiencias de la selección natural. Incluso mejor, desde el punto de vista ético, será la aplicación de la ingeniería hedónica de líneas germinales, que podrá asegurar que la paternidad no conllevará traer al mundo más sufrimiento. El sufrimiento es físicamente imposible en ausencia del código genético de sus sustratos biológicos. Tener hijos dejará de comportar penas y disgustos junto con alegrías ocasionales. Procrear pasará a ser permisible incluso para los utilitarios negativos que encuentran que una paternidad ética es imposible con un genoma darviniano.

        Sin embargo, nos preguntamos si en la civilización futura seguirá siendo endémica alguna forma de dolor "emocional" real, igual que el dolor "físico" ha sido endémico en la vida de nuestros antepasados, y como aún hoy persiste entre las víctimas de la opiofobia aquejadas se enfermedades. O si es posible que nuestros descendientes post-darvinianos disfruten toda su vida de una supersalud mental órdenes de magnitud más rica que la nuestra (aunque puede ser poco apropiado hablar de "salud" para describir nuestras propias vidas llenas de malestares). Desde una perspectiva de la teoría de la información, lo importante para un robot neuroquímico, desde el punto de vista funcional y computacional, no es el "punto de ajuste hedónico" sobre el eje placer-dolor. Lo que cuenta es que seamos sensibles a la información sobre cambios medioambientales internos y externos importantes para la salud. Nuestros actuales dolores y placeres reflejan los "indicadores de aptitud" de la sabana africana; por ello, estamos atascados, buscando a tientas en una homeóstasis rutinaria gravemente sub-óptima. Sería sorprendente que los indicadores genéticos de aptitud de nuestros antecesores homínidos se siguieran adaptando en una era post-darviniana de paternidad planificada y de ingeniería paradisíaca.

* * *

LA NOCICEPCIÓN SIN LÁGRIMAS

        No todas las personas tienen la capacidad fisiológica de padecer dolor. Unas pocas personas literalmente no conocen lo que esto significa. Se conocen varios síndromes de insensibilidad congénita al dolor (CIP). Existen diversos subtipos de sus equivalentes afectivos, casos esporádicos de (hipo)manía eufórica unipolar vitalicia y de hipertimia extrema sin manía, pero también son poco frecuentes. Los síndromes opuestos, el dolor crónico y la hiperalgesia, y la depresión unipolar crónica o distimia, son mucho más frecuentes y posiblemente reflejan las presiones de selección comparativa de nuestro entorno ancestral. Actualmente, en la mayoría de los casos, la falta de sensibilidad al dolor se puede explicar como un déficit de la capacidad de procesamiento de señales, más que un precursor de la supersalud post-darviniana.

        Este juicio puede ser prematuro. Retrospectivamente, los adversarios de la cirugía sin dolor del siglo XIX se equivocaban al afirmar que el dolor era una ayuda esencial para el diagnóstico en la medicina quirúrgica, y al afirmar que la anestesia extinguía el "espíritu vital" de la persona. Pero nos preguntamos si quienes se oponen a una vida genéticamente enriquecida basada en gradientes de felicidad pudieran tener razón al afirmar que el dolor emocional siempre seguirá siendo un asistente indispensable para diagnosticar el peligro y el error?

        Tal vez esto sea así. No obstante, los abolicionistas que aspiran a un bienestar vitalicio altamente funcional, pueden señalar dos familias de alternativas:

  1. La solución "ciborg" futurista. Sabemos que se pueden construir robots de silicio con sensores espectroscópicos (y de otras clases) que pueden "ver" y "oír" mejor que los seres humanos - aunque esta mayor capacidad de discriminación no se corresponde con las estructuras percibidas del color o del sonido. También se pueden diseñar o entrenar sistemas artificiales de silicio (o de otra clase) para que también sean más sensibles a agentes ofensivos y a daños estructurales. En el futuro, los implantes modulares pueden beneficiar a las poco frecuentes víctimas de anestesia congénita propensas a sufrir lesiones muy graves por falta de un mecanismo señalizador de retroalimentación eficiente. Pero en caso de que el resto de nosotros quisiera en algún momento engrandecerse con módulos que cumplan un papel de adaptación análogo, es decir, una nocicepción sensorial eficiente y una conducta de evitación sin las crueles propiedades del dolor agudo, entonces dispondremos técnicamente de toda clase de prótesis y neurochips inteligentes, independientemente de que su adopción a gran escala llegue o no a ser sociológicamente realista. De manera análoga, el papel en la teoría de la información de nuestras emociones más detestables (los celos, el rencor, etc.) se puede replicar, en principio, sin sus actuales rasgos siniestros legados por la evolución, aunque nos podemos preguntar si el "papel funcional" de módulos mediadores de algunos de nuestros sentimientos básicos no se podría descartar totalmente junto con sus despiadadas "crudas sensaciones". Es difícil imaginar para qué sirven los celos, aparte de su tendencia a aumentar al máximo la adecuación incluyente de nuestros genes en el ambiente ancestral de la adaptación. Nuestros descendientes podrán juzgar que sus propiedades y su papel funcional no tienen ningún valor de redención y, por ello, podrán decidir descartarlos. Está claro que a la mayoría de las personas que no son transhumanistas no les entusiasma la idea de actualizar los "indicadores de aptitud" de nuestro pasado evolutivo, y mucho menos implantar prótesis neurales que alteren su contenido anímico íntimo. Pero vale la pena destacar que esta estrategia biónica no pretende convertirnos en "zombis" hiperinteligentes. Las facetas deseables de nuestra consciencia subjetiva se pueden enriquecer y amplificar incluso cuando se vaya suprimiendo la fenomenología más desagradable de la vida darviniana. Así, nuestros descendientes podrán ser no sólo super-inteligentes sino también hiper-sintientes. Si esto sucediese, será probable encontrar la vida "despertada" con magnitudes de hiper-percepción sustitutivos de los gradientes de malestar darvinianos. Actualmente es difícil imaginar la índole de las cosas con las que nos sentiremos felices, pero esta incertidumbre refleja nuestra ignorancia, no la probabilidad de algún tipo de orgasmo cósmico colectivo.

  2. la opción orgánica alternativa "softwire" o "wetware". Este grupo de escenarios de bienestar altamente funcional tiene formas farmacológicas o genéticas, o bien combina ambas. Pero cada una de las variantes presupone que la bioquímica y la genética molecular pueden trascender de su terrible génesis en un mundo darviniano "de dientes y garras rojas" sin una ayuda significativa de silicio intracraneal. Lo fundamental es que la revolución biotecnológica nos permitirá reescribir progresivamente nuestro propio genoma. Antes de que acabe este siglo, es posible que se puedan añadir nuevos cromosomas de diseño para complementar el código expurgado de nuestro ADN antiguo. Llegará el momento en el que nuestros descendientes post-humanos podrán optar por disfrutar de la vida en planos de bienestar de tipo divino, no simplemente empleando métodos alternativos dentro de un espacio-tiempo darviniano de satisfacción mediocre o de malestar. En esos escenarios post-darvinianos, la amenaza medioambiental inminente de, por ejemplo, un grave daño tisular -o sus equivalentes neurofisiológicos- podrá ser señalizada mediante vectores de felicidad reducida, es decir, análogos funcionales de lo que hoy consideramos experiencias aversivas. Este régimen impulsado por la felicidad contrasta con el orden darviniano, en el que eones de selección natural han engendrado innumerables organismos cuyo motor son vectores de dolor, miedo o lacerante descontento. A medida que se vaya materializando la revolución reproductiva de los bebés de diseño , es probable que preseleccionemos para nuestros hijos los genotipos "agradables" y no los "desagradables". Los futuros padres que deliberadamente elijan criar niños depresivos y angustiados serán pocos, tal vez ninguno. No negamos que la psicología reproductiva de nuestros descendientes más lejanos no es más que una mera especulación. Cualquier descripción de las clases de presiones de selección que existirán en la era de la paternidad (genéticamente) planificada estará plagada de toda clase de conjeturas. Pero la mayoría de las personas, si tienen libertad para elegir, preferirán para sus hijos genotipos de buen carácter y de felicidad. Cuando en el futuro estas opciones estén rutinariamente disponibles, es probable que los padres elijan los genotipos adecuados.

* * *


CRUZAR EL UMBRAL

        No sabemos si la humanidad pondrá o no en marcha un proyecto abolicionista global para erradicar el sufrimiento. No todos sienten vivamente la urgencia ética de diseñar un mundo sin sufrimientos. Cientos de millones de personas que sí se preocupan de los demás posponen la esperanza de la salvación a una mítica vida después de la muerte. En consecuencia, cualquier proyecto secular ambicioso de reescribir el genoma de los vertebrados, cambiar a una dieta "sin crueldad" de alimentos artificiales, o tal vez rediseñar el ecosistema planetario, probablemente sonará a algo incluso más utópico e inviable que erradicar el sufrimiento en nuestra propia especie. Actualmente tales ideas están limitadas a unos pocos soñadores excéntricos. Sin embargo, en la inminente era post-genómica de la medicina reproductiva racional, la gradual, reducción de las víctimas de los padecimientos humanos mediante las elecciones genéticas individuales de los futuros padres podrá lograr resultados similares a los de la aplicación de un gran designio abolicionista, sólo que más lentamente. Este solapamiento no existe en el ámbito de la derrota del sufrimiento para los animales no humanos. El león sólo podrá yacer con el cordero si poblaciones enteras se reprograman genéticamente para los hábitat de diseño de nuestros parques de animales salvajes. Así pues, la realización de cualquier amplia empresa abolicionista para múltiples especies tal vez tenga que esperar siglos hasta que sea técnicamente fácil y no requiera grandes esfuerzos por nuestra parte. El progreso dependerá del alcance y la rapidez con la que la especie dominante aumente el "círculo de compasión" por todo el árbol filogenético.

        Los cínicos recordarán a Bentham: "No soñéis con que hombres muevan un meñique para serviros, a menos que vean claramente que eso les beneficia. Nunca lo han hecho, y nunca lo harán, mientras la naturaleza humana esté formada por sus materiales actuales." Sin embargo, este veredicto puede ser (un poco) demasiado pesimista: La mayoría de los darvinianos a veces está dispuesta a mover el meñique, por decirlo de alguna manera, aunque puede ser imprudente contar con que hagamos mucho más que eso. Los pioneros de la eterización, especialmente Morton y Jackson, ciertamente pueden haberse consumido en su vida posterior más por vanas disputas sobre la prioridad que por un sentimiento de alegría por tanto sufrimiento que aliviaron, pero su genio imperfecto sí reconoció que la agonía de la cirugía era fútil y evitable; y la derrotaron. Por fortuna, la organización o incluso los "materiales actuales" de la naturaleza humana pronto serán genéticamente ascendidos. Una mayor capacidad de levantar el meñique con altruismo irá de la mano de una menor necesidad de autosacrificarse. De una u otra manera, el horrendo legado de nuestro pasado darviniano está condenado a pasar a la historia de la evolución. El desgarrador sufrimiento del antiguo orden está destinado a desaparecer, incluso si prudentemente se conservan aplicaciones más bondadosas y suaves de sus análogos funcionales.

        Inevitablemente, el calendario de una tal (hipotética) discontinuidad importante en la evolución de la vida sobre la tierra es incierto. Haciendo un análisis pesimista, aún tenemos ante nosotros siglos, incluso milenios, de extrema repugnancia global antes de que se complete cualquier transición post-darviniana. Naturalmente, los escépticos afirmarán que una tal transición nunca tendrá lugar, y predecirán que el sufrimiento continuará mientras haya vida, igual que los tozudos "realistas" como Velpeau afirmaban, aún a finales de la década de 1840, que el dolor y la cirugía eran inseparables. De hecho, la historia es el testimonio de que el proyecto abolicionista deberá superar formidables obstáculos ideológicos y biomédicos para que algún día podamos vivir en una sociedad globalmente liberada del dolor. Nuestro mismo lenguaje refleja una falsa metafísica dualista de dos ontologías del sufrimiento diferentes, la "mental" y la "física", siendo así que comparten los mismos sustratos moleculares, propiedades desagradables y métodos de curación.

        Sin embargo, es posible modelar en cambio un conjunto de perspectivas más optimistas. El desarrollo acelerado de tecnologías de diseño paradisíaco seguras, enriquecedoras de la vida y sostenibles puede revelarse como tan enriquecedor que podamos acelerar la emancipación del mundo viviente de la química del dolor del viejo orden, igual que nuestros antepasados victorianos decidieron abolir toda una clase de males de la carne al descubrir la anestesia controlable. Es concebible que en este siglo la puesta en práctica de la revolución abolicionista pueda tardar algo más que el revolucionario cambio del siglo XIX hacia la cirugía sin dolor o, de forma menos optimista, la adopción de analgésicos sintéticos potentes. El amanecer de la nanotecnología, la súper-computación cuántica y la biotecnología madura prefiguran una estimulante abundancia de formas de remodelar el mundo natural y desintoxicar la "inmutable" naturaleza humana. En principio, nuestros descendientes genéticamente enriquecidos serán capaces de vivir vidas sublimes en un planeta verdaderamente sublime, y quizás poblar el resto de la galaxia y aún más. Una vez que crucemos el umbral de la civilización hacia un cosmos sin dolor, incluso es posible que la misma amnesia cultural que caracterizó los argumentos del siglo XIX contra la anestesia y la analgesia termine haciendo mella en los argumentos empleados contra las tecnologías destinadas a eliminar los sufrimientos emocionales. Tras el Año Cero, pueden pasar al olvido tardío tanto el dolor existencial de la antigua vida darviniana como las racionalizaciones que la sostenían. Desgraciadamente, una tal revolución de la salud mental es una remota fantasía para los incontables seres actualmente vivos que padecen sufrimientos.

David Pearce
(última actualización: 2008)
with many thanks to translator Pablo Grosschmid
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[David Pearce, BLTC Research, 2004, last updated 2008]